Desde los
dieciséis años a esta parte cometí un gran error.
Y no es moco
de pavo revertirlo, tampoco asumirlo.
Hoy no me
levanté para la pavada, quisiera, pero no me sale. Me levanté reflexiva.
Tengo que
admitir que durante nueve años amoldé mis sueños en función de la pareja de
turno1 que me acompañaba, como los perros que se parecen a sus
dueños, ¿entienden?
Quién era el
perro y quién era el dueño no viene al caso. Lo que digo es triste y cruelmente
serio.
Y con
veinticinco años me encuentro escribiendo arriba de un ómnibus, con la
experiencia de estar cumpliendo un año sola y con la incertidumbre de no saber
qué hacer con mi manojo de sueños.
Por un lado me
pone contenta, darme cuenta del error, asumirlo y por otro me puteo a los
cuatro vientos por lo gila que fui, pero lo hecho, hecho está.
Anoche leí en
Internet que en estos tiempos de crisis personales uno tiene que armarse de
listas: pros y contras, qué te gusta hacer y qué no, dónde sentís tus pasiones
y dónde vacíos e ir viendo.
Se que no será
tarea sencilla, pero hoy hago público un gran paso para cumplir mis sueños:
ante todo y ante todos permitirme soñar.
¡Chupen giles!
Así que si me disculpan los dejo, tengo un par
de listas por hacer.
¡Guardaaaa! Me bajo en la que viene.
1 Que
conste que en esto en particular ellos no tuvieron nada que ver, me metí solita
en este brete.